¿Qué beneficios, desde el punto de vista psicológico y de la salud, aporta ayudar a los demás, bien sea como voluntario, donando alimentos, ropa, acompañando a mayores…?
La Psicología Positiva señala que una vida con una mirada transcendente, que llevaría a comportamientos prosociales, es una de las claves más relacionadas con el bienestar ya que nos da sentido a la vida, sentimos que somos parte de algo mayor que nosotros mismos a lo que podemos contribuir, cuidar y crear (Seligman, 2011).
Diversas investigaciones han señalado los beneficios del comportamiento prosocial: mejora del estado de ánimo (Piliavin, 2003), sentimientos de fortaleza, mayor energía y motivación hacia la vida (Stoddard, 2009), mayor confianza en nuestras habilidades para generar cambios (Johnson, Beebe, Mortimer y Snyder, 1998), relaciones más profundas con los demás, objetivos vitales de mayor alcance, estilo de vida más dinámico, reducción de las preocupaciones excesivas por nosotros mismos (Pang, 2009), amortigüa la pérdida de memoria asociada a la edad (Ertel, Glymour y Berkman, 2008) , previene el estrés y las emociones negativas e incluso diversos estudios han puesto de manifiesto un aumento de la longevidad (Putnam, 2000).
Por otra parte, ser testigo de un acto altruista puede producir en nosotros elevación (Haidt, 2003), una fuerte emoción positiva que tiende a promover en nosotros el deseo de ser mejores y, a veces, un impulso a ofrecer nuestra colaboración y ayuda.
¿Estamos todos los seres humanos programados para ayudar a los demás? ¿Tenemos en nuestro ADN un gen de solidaridad?
[..] Mientras que un grupo de estudiosos han señalado que genéticamente estamos programados para el egoísmo (p.e. Dawkins, 1976) y a centrarnos en nuestro propio beneficio, más recientemente otros estudiosos (p.e. Wilson y Wilson, 2007) señalan que estaríamos programados para pensar antes en los demás, en el grupo, que en el propio individuo y que esa tendencia a la vida en sociedad es la forma de adaptación más exitosa y de la que vendrían los comportamientos altruistas. […].
Seligman (2011) señala que un grupo de primates social con las estructuras cerebrales relacionadas con las emociones que están al servicio del amor, compasión, la bondad, el trabajo en grupo y la abnegación – las emociones tipo colmena – , y las estructuras cerebrales cognitivas, como las neuronas espejo, que reflejan otras mentes, tenderán hacia comportamientos de cooperación (cazar en grupo, crear la agricultura …) que será mucho más adaptativo que otro grupo no social que no posea estas características. […].
Está claro que en unas personas está más desarrollada la faceta del altruismo que en otras. ¿Se puede aprender y enseñar el altruismo?
Determinados rasgos pueden hacer más probables un comportamiento como el altruista. Las características que conforman la personalidad altruista son: alta empatía, la creencia en un mundo más justo, la responsabilidad social, locus de control interno y un bajo nivel de egocentrismo (Oliner y Oliner, 1988).
[…] La conducta prosocial se considera un factor predictor positivo y significativo del éxito académico (Inglés, Benavides, Redondo, García-Fernández, Ruiz-Esteban, Estévez y Huescar, 2009) y de mayor inteligencia emocional y social (Roche, 1999). Además, otros estudios señalan que los niños que presentan una disposición prosocial o han sido educados en ella, la mantendrán durante la etapa adulta, y ello a su vez es un factor protector ante la conducta agresiva (Eisenberg, 2000; Penner, Dovidio, Piliavin, Schroeder, 2005).
Por otra parte una educación centrada en la promoción del bienestar, tal y como defiende la Psicología Positiva, ayudaría a que se produjeran con mayor probabilidad comportamientos altruistas. Los psicólogos sociales lo han llamado fenómeno sentirse bien, hacer el bien (feel-good, do-good) (Salovey et al., 1991) que consistiría en la tendencia a ayudar más a los otros cuando la persona presenta un mayor bienestar. Argyle (1987) señala que “estados de ánimo positivos provocan pensamientos positivos, un mayor recuerdo de acontecimientos felices, más creatividad y mayor solución de problemas, más conducta servicial y una evaluación más positiva de los demás” mientras que la tristeza y la depresión nos impulsan al retraimiento y tendemos, como el caracol, a encerrarnos en nuestra concha (Seligman, 2002; Mazón, Páez y Rodríguez, 2009).
Recientes investigaciones señalan también que las redes sociales tienen un efecto cascada que puede fomentar las conductas cooperativas (Fowlera y Christakisb, 2010).
¿Nos ha ayudado en ese aprendizaje la crisis?
Creo que la crisis que aún estamos viviendo es una crisis sistémica que va a reflejar muchos cambios en diversos niveles (personal, social, político, económico, ecológico…). Nos ha producido y sigue produciendo mucho sufrimiento lo que, en muchos casos, viene acompañado de reflexiones, cada vez más profundas, que se refleja en un cambio de valores en la sociedad, del tipo de vida que estamos llevando y donde nos puede llevar seguir así como ya han reflejado muchos estudiosos (Jara, 2013). […]
Necesitamos educar a líderes en el campo político, educativo y empresarial, entre otros, que sean, ya no carismáticos, sino sabios siguiendo al modelo propuesto por Stenberg (2000) donde las decisiones estén marcadas por el bienestar global, tal como algunos economistas han señalado (Felber, 2012).
¿Es además una terapia contra los problemas propios? ¿Es recomendable clínicamente, como terapia, para quien atraviesa una situación personal complicada?
[…] La Psicología Positiva estudia los efectos positivos de acciones valiosas para la comunidad y así como las consecuencias de técnicas para tener y cuidar relaciones positivas en nuestra vida, practicar la amabilidad, la gratitud así como poner nuestras fortalezas al servicio de algo mayor que nosotros mismos. Puede ser defender unos valores universales, una visión ecológica de la vida o espiritual, tener en cuenta a la comunidad, al planeta, etc. (Seligman, 2011).
¿Qué parte de egoísmo hay en la ayuda a los demás? ¿Somos solidarios para sentirnos nosotros mejor?
Existe una grandísima controversia en torno a esta cuestión, el equipo Awake, quiere dedicar esta pregunta a todos aquellos con quienes hemos debatido acerca de la existencia o no de comportamientos puramente altruistas o si, por el contrario, existe un interés propio subyacente a ese acto en apariencia desinteresado.
Gómez y Martín (2008) con la finalidad de esclarecer esta controversia distinguen el altruismo genuino, cuyo factor responsable sería la empatía, del altruismo egoísta, cuyo objetivo es conseguir un beneficio propio, como reducir el estado de malestar o de angustia que experimentamos ante el sufrimiento ajeno o ser bien vistos por nuestros iguales.
Las motivaciones que los investigadores han dado para explicar la conducta prosocial son muy variados. Según la teoría del Homo economicus, los seres sociales son esencialmente egoístas. Se considera que la vida social está gobernada por los mismos principios que rigen el mercado, es decir, por el criterio de utilidad. Según la paradoja del banquero (Tooby y Cosmides, 1996) las personas que más tienen consiguen más ayuda (por ejemplo préstamos) que los que tienen menos, que terminarían estrellándose. Sin embargo, como señala Seligman (2011), en algún momento de nuestra vida todos caemos (enfermamos, perdemos nuestro buen aspecto, dinero, poder…) y dejamos de ser una buena inversión para los demás. Sin embargo hay personas que nos apoyan de forma incondicional. El amor es la respuesta de la selección natural a la paradoja del banquero. Es lo que nos mueve a querer cambiar las injusticias actuales y ayudar a los demás.
En este sentido las investigaciones del grupo de Bonmatí (2010) han descubierto que los predecesores de los neandertales cuidaban en Atapuerca a los mayores discapacitados lo que sería una prueba de nuestra tendencia a ocuparnos y ayudar a los demás, muy alejado de criterios utilitaristas.
Siempre pensamos en lo material cuando se habla de ayudar a los demás, pero ¿qué es lo que más necesita alguien con carencias materiales, aparte de lo obvio, como pueda ser comida, ropa o techo… ?
El psicoanalista británico de tendencia etológica, John Bowlby (Weinfield et al., 1999) demostró que los niños no solo tenían necesidad de alimento y cobijo, sino del necesario calor humano, afectivo reflejado en abrazos, caricias, besos, escuchar a sus cuidadores etc. Esto es extensible a todas las edades. Necesitamos ser escuchados, atendidos, aceptados, valorados, queridos… El apoyo emocional es fundamental para la buena marcha de nuestra vida. Múltiples investigaciones señalan que contar con relaciones positivas en nuestra vida es un factor fundamental para nuestro bienestar (Rath y Harter, 2011). Es de destacar la función de la familia, y del sentimiento de amor de muchos voluntarios de diversas ONGs que ayudan y dan este fundamental soporte.
(Para ver la entrevista íntegra pincha aquí).