Hay emociones que duran más que otras.
Los investigadores belgas utilizaron una muestra de 233 estudiantes de secundaria que tenían que recordar episodios emocionales recientes y reportar su duración. Los participantes también tuvieron que responder a preguntas sobre las estrategias que utilizan para evaluar y hacer frente a estas emociones. De un total de 27 emociones, la tristeza duró más tiempo, mientras que la vergüenza, sorpresa, miedo, repugnancia, el aburrimiento, alivio o irritación entre otras, duraban menos. (*Para ver los promedios en horas de duración de las emociones baje al final del artículo).
Curiosamente, el aburrimiento también está entre las emociones que experimentan como más cortas. Verduyn y Lavrijsen dicen que esto significa que a pesar de que el tiempo parece pasar lentamente cuando uno está aburrido, un episodio de aburrimiento por lo general no dura tanto tiempo. La tristeza suele ir acompañada de los eventos de mayor impacto, como la muerte o los accidentes. En este sentido, necesitamos más tiempo para reflexionar sobre qué ha pasado y hacer frente a lo que le pasó para comprender plenamente lo que dicen. La culpa es una emoción que persiste mucho más tiempo que la vergüenza, mientras que la ansiedad persiste más tiempo que el miedo.
¿Por qué la tristeza es menos perecedera?
Por consiguiente, las emociones menos perecederas, como la tristeza, solían venir acompañadas de la mano de rumiaciones; es decir, de pensar continuamente sobre los sentimientos y las consecuencias vinculadas al hecho. Podemos concluir, que en la duración e intensidad de las emociones no solo influye el significado del hecho que les dio origen sino también la cantidad de tiempo que le dedicamos a pensar en ello. Estos resultados nos desvelan algo que ya sabíamos o que al menos intuíamos: somos nosotros quienes le conferimos importancia a las diferentes situaciones por las que atravesamos y, en base al grado de significatividad, dejamos que influyan más o menos en nuestro estado de ánimo. No obstante, esta investigación también apunta el hecho de que tenemos cierto control sobre la intensidad y la duración de nuestras emociones, no somos respondedores pasivos ante el medio, o al menos podemos elegir no serlo. Si continuamos atascados en el suceso negativo, rumiando una y otra vez en lo ocurrido, acrecentaremos la tristeza. Al contrario, si somos capaces de controlar nuestro pensamiento y aprendemos a dejar ir, podemos hacer que la tristeza dure mucho menos.
«Me doy cuenta que si fuera estable, prudente y estático; viviría en la muerte. Por consiguiente, acepto la confusión, la incertidumbre, el miedo y los altibajos emocionales, por que ése es el precio que estoy dispuesto a pagar por una vida fluida, perpleja y excitante«, Carl Rogers.